Todos tenemos una historia que contar en cuanto a animales domésticos se refiere, y más aún si tocamos el tema "muertes insólitas". A todos se nos ha muerto (o suicidado, que no es lo mismo) un animal doméstico, una vez como mínimo. Los animales de compañía los hemos creado nosotros, los humanos, porque de no ser por la construcción de las ciudades, poco importaría tener un gato o un perro, siempre y cuando tuviésemos vacas o cerdos para engordar y vender, consumir o desaprovechar.
Recuerdo un día en que iba paseando por las calles de Granada con un gatito que había encontrado en la calle y que, claro está, había adoptado, más por penita y compasión que por necesidad, porque lo que sobraba por entonces en mi piso de estudiantes eran animalillos. Total, que adopté al gatito Amargo, y al verme el viejo granadino con una jaula de animal en la mano, sudando la gota gorda porque en los autobuses andaluces no dejan transportar animales, pues el viejo se me acercó y me habló:
- ¿Qué llevas ahí? ¿Un conejo?
Yo me reí y le contesté sin darle muchas vueltas (la cabeza me daba vueltas por el sol y el calor y no estaba como para inventar respuestas ingeniosas).
- No, un gato.
El viejo se empezó a reír y yo no sabía si era por mi aspecto (muy mona yo con vestidito, gafas de sol y sudando como un cerdo) o por su demencia evidente. Resultó no ser ni la una ni la otra, ya que contestó lo siguiente:
- ¿Y pa qué lo quieres? ¿Pa cazá ratones?
Yo estaba delirando y me quedé sorprendida. Tomé asiento donde pude porqué intuía que esa conversación esporádica se iba a alargar sin duda alguna. La cuestión es que la conversación fue corta pero aún así me fue bien sentarme, porque estaba muy cansada y sudando.
- No. Lo quiero para que viva conmigo, será mi animal de compañía. Me lo encontré en la calle muerto de hambre y le alimenté, me empezó a seguir y lo adopté. Si me lo pide, me casaré con él.
Lo último, el tema de casarse, me lo acabo de inventar, pero creo que queda bien. De todos modos, el viejo se quedó sorprendido con mi contestación, de modo que continuó riendo y al final, en vista de que yo seguía callada y sudando, hizo un último comentario antes de sacarse la gorra y seguir caminando sin despedirse de mí:
- Los gatos están para cazar ratones, si cazan ratones no mueren de hambre. Los hombres cogemos y hacemos edificios para meter gatos y perros y nos equivocamos. Luego se cagan, se mean y los abandonamos. Como con los edificios.
Todo esto, claro está, lo dijo en tono andaluz sin pronunciar bien las eses, las zetas, etcétera. Aún así todo fue muy poético y me dejó pensativa. No abandoné al gato ni nada, fue él el que se fue al cabo de unos meses, cuando ya le había alimentado, capado y mimado lo suficiente (aunque nunca se capa a un gato lo suficiente).
No hay comentarios:
Publicar un comentario